Siempre me ha impresionado este cuadro de Caspar David Friedrich (1774-1840). Se titula El viajero sobre un mar de niebla, pero el viajero no es más que circunstancial. ¡Está de espaldas! Él no importa, si no, ¿por qué Friedrich nos oculta su rostro? Porque da igual quien sea. Este viajero contempla la naturaleza pura. Y esta no es ni más ni menos que el nuevo templo romántico y posilustrado en el que reside y se manifiesta la divinidad. Para Friedrich Dios no está en las iglesias. Creo que pensaba que allí residía durante la Edad Media.
Por eso, el viajero en realidad no nos da la espalda. Simplemente ha llegado antes que nosotros y ocupa eternamente la primera fila en la contemplación de Dios.