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martes, 27 de marzo de 2012

¿Valiente o se arriesgó por nada?


Esta es la historia de un soberbio descomunal, una moza a la que le sobraba valentía, una cobarde y dos hermanos muertos por tontos, es decir, por luchar entre ellos por el poder. Se trata de Antígona, una tragedia de Sófocles (496 aC – 406 aC), obra maestra de la literatura universal.
Dos hermanos, Polinices y Eteocles, luchan por el poder en Tebas. Polinices se alía con un ejército extranjero, de manera que el nuevo rey, Creonte, tío de ambos, lo considera un traidor. Así que ordena funerales solemnes para Eteocles y prohíbe que nadie dé sepultura a Polinices, bajo pena de muerte.
Antígona e Ismene son las hermanas de los difuntos. La primera está decidida a dar honras fúnebres a Polinices. En cambio, Ismene teme el rigor de la ley promulgada por su tío Creonte y se inhibe. Armada de valor, Antígona se aproxima a escondidas al cuerpo de su hermano, custodiado por guardias, y, mientras espolvorea tierra sobre el cadáver, es descubierta y apresada. Creonte se enfrenta, entonces, a un dilema: seguir adelante con lo que marca la ley o derogarla. El desenlace de la historia bien merece ser leído.
Antígona  es una heroína que reconoce una ley (no escrita) por encima de la del gobernante, y actúa en consecuencia, aunque arriesgue la vida. Y es que el rey Creonte se ha excedido en sus atribuciones. Él debe gobernar en cuestiones humanas, pero con el caso de Polinices legisla sobre algo que se escapa a su "jurisdicción". Un griego, en efecto, no podía pasar al más allá sin haber recibido sepultura; y, por tanto, se trata de un asunto de competencia divina, no humana.
Hay, por tanto, más fuentes de moralidad que las leyes de nuestros políticos; pero el poder siempre tiende a ser absoluto, y el ser humano, a la soberbia.

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